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No se trata de un producto
que se compra o se produce en casa, sino de utilizar cultivos de vegetación
rápida (leguminosas solas o con cereales), que se cortan y se entierran en el
mismo lugar dónde han sido sembrados, pues están destinados a devolver
nutrientes a la tierra. ¿Cómo?: estimulando la actividad biológica y mejorando
la estructura del suelo; protegiendo el suelo de la erosión y la desecación;
renovando el humus estable; regulando contenido de nitrógeno y carbono y
limitando el desarrollo de malezas.
Y es que el suelo está vivo,
en un solo centímetro –escapando a la vista- conviven millones de bacterias y
micelio de hongos, unos predigieren la materia orgánica ayudando a la raíz a
absorberla con facilidad, otras crean simbiosis en beneficio propio, de ahí que
si no se deja morir se le puede sacar provecho. En
las épocas en que –por múltiples razones- no se cuidan las jardineras, es
normal abonarlas, pero eso significa dejar morir la vida del suelo.
Las plantas
más habituales para ser utilizadas como abonos verdes son:
Gramíneas
tienen un potente sistema radicular y por ello se dice que labran más el suelo. Producen mucha materia vegetal. (cereales:
arroz, maíz, cebada, centeno, sorgo, mijo, avena, trigo).
Leguminosas
aportan nitrógeno a la tierra por su capacidad de fijarlo a través de una
simbiosis con un grupo de bacterias que se llaman rhizobium. (alfalfa, guisantes, judías, garbanzos, habas, ejotes,
lentejas, maní, soya).
Crucíferas son
ricas en potasio. (brócoli, coliflor, rábano, berros, rucula, pack choi,
berros)
¿Qué hay que hacer? Se dejan
crecer y se cortan –a ras del suelo- antes de la floración, dejando las raíces
bajo tierra, donde se irán descomponiendo y aportando materia orgánica. La
parte de las hojas se dejan sobre el suelo para que se sequen poco a poco y se
vayan incorporando al sustrato, unas 4 semanas después se mezclan.
¡A sembrar
abono verde!
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